Hoy he medido la tensión arterial con un aparato nuevo. Yo conocía el esfigmomanómetro (el tensiómetro, de toda la vida) y sin embargo hoy me han pedido en la uni que me acerque al muñeco y le ponga el esfingo. ¿El qué? El esfingo, el esfingomanómetro, me han aclarado… ¡Aaaaaaaaaah! Claro…
No sé si habréis oído hablar de los esfingolípidos, la esfingomielina o la esfingosina, pero apuesto que, ignorantes como yo, no sabíais el nombre del cacharro ese con que os toman la tensión en la farmacia. Corro a hacer un google fight y me salen 9 700 páginas con “esfingomanómetro” y 53 100 con “esfigmomanómetro”. Entonces, existir, existe. Ahora, he mirado en varios diccionarios médicos y “esfingomanómetro”, sintiéndolo mucho, no sale por ningún lado.
Parece un caso curioso de analogía morfológica (como el verbo desternillarse, que ha pasado popularmente a destornillarse); lo que no me cuadra es cómo los profesionales de la salud, sabiendo la etimología de ambos términos (uno viene del griego sphygmos, pulso, y el otro de sphingein, unir con fuerza) pueden confundir uno con otro.
Por cierto, en inglés los médicos lo llaman, coloquialmente, the sphyg. Por nuestras tierras, no os extrañéis cuando oigáis “pásame el esfingo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario