viernes, 12 de julio de 2013

Síntoma y semántica


El verano es la época ideal para leer lo que a uno le venga en gana. Después del atracón de bibliografías varías que le obligan a uno a darse durante el curso, lo que apetece llegado agosto es, prácticamente, leer cómics… 
A mí, me mola releer. Es una forma económica de pasar el rato: vas a tiro hecho porque escoges aquellos libros que sabes que te han gustado especialmente, y vuelves a disfrutarlos. 
A todo esto, yo no quería hablar de lecturas. O sólo en parte. Es que estoy releyendo alguna que otra cosa de Lingüística y el libro por el que he empezado este verano es Introducing Semantics, de Riemer.
En su primer capítulo Riemer introduce, como es de rigor, algunas cuestiones en apariencia básicas sobre el “significado” lingüístico. ¿Podemos definir el significado?, ¿existen diferentes niveles de significación?, ¿es el significado individual, grupal, cultural?, ¿qué conexión hay entre el significado y el contexto?, ¿cómo interacciona el significado léxico, de las palabras, con las reglas y principios sintácticos? Y después de apabullarte con todas esas preguntas te dice… que lo siente, que no hay consenso entre los especialistas sobre ninguna de las respuestas… En realidad, cualquier introducción a la Lingüística, si se escribe de buena fe, debería alertar a los lectores de que en esta disciplina, como ya dijo en su día Langacker, no hay consenso ni siquiera sobre el más nimio de los fenómenos del lenguaje.
Pero bueno, en eso estoy cuando leo que en la antigua Grecia, sēmeion era el término usado para denotar aquel signo o síntoma propio de cada enfermedad o estado patológico, y que de ahí derivó más tarde semantikos, o "relativo al significado". Por eso hoy en día la semiología o semeiología es la ciencia de los signos, que pueden ser médicos o lingüísticos.
Esto me encendió una lucecita, así que fui a consultar si Navarro refiere algo al respecto en un curioso libro suyo titulado Parentescos insólitos del lenguaje (2002).
En cada capítulo, Navarro te explica la fuente común de pares de palabras como trufa y tuberculosis, síndrome y dromedario, bacilo e imbécil, dendrita y rododendro, esfínter y esfinge, pene y penicilina, vagina y vainilla, tifus y estufa…,  un montón de palabras emparentadas de forma, a veces, caprichosa e impredecible.
Lástima, pero no encontré referencia alguna a síntoma y semántica.
Pero me reí un rato.

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