La semántica cognitiva viene a aportar al estudio de la metáfora un punto de vista mucho más abarcador, en la medida que se desliga del enfoque microlingüístico de la semántica clásica estructuralista (el de los semas y el análisis componencial) para plantear la metáfora como fenómeno mental íntimamente ligado a la manera en que conceptualizamos y categorizamos el mundo. Cabe recalcar, sin embargo, que este nuevo punto de vista no invalida los hallazgos del enfoque tradicional (las metáforas de invención que abundan en la literatura o el lenguaje publicitario se entienden básicamente como un juego semántico de neutralizaciones de semas con valor expresivo o de ornatus).
Específicamente, la diferencia de enfoques entre la semántica tradicional y la cognitiva estriba en que para los primeros A es B por lo que respecta a “y” (donde A y B son piezas léxicas concretas), para lo que empleamos los mecanismos de desestimación y actualización de determinados rasgos semánticos basándonos en la similitud o analogía de A y B, pero siempre en virtud de “y”, esto es, de forma selectiva. Para los semantistas cognitivos, sin embargo, A representa todo un dominio conceptual que se comprende en términos de B, otro dominio conceptual, siendo A un dominio típicamente abstracto y B uno físico, concreto y conocido. Esta comprensión se establece por medio de unas correspondencias (mappings) entre los diversos elementos de A con los de B.
Un típico ejemplo es:
EL AMOR (A) es UN VIAJE (B)
ya que los amantes son los viajeros
la relación amorosa es el trayecto
y el objetivo es el destino
El carácter rompedor del modelo de Lakoff y Johnson radica, a mi juicio, en dos puntos principales:
1 El potencial metafórico de la cognición humana: al afirmar, como ya hemos dicho, que la mayor parte de nuestro sistema conceptual ordinario es de naturaleza metafórica, esto es, que los procesos del pensamiento humano son metafóricos en gran medida y de él se derivan, a posteriori, las metáforas lingüísticas concretas: “Conceptual metaphor is a natural part of human thought, and linguistic metaphor is a natural part of human language” (L&J 2003, p. 247).
2 La base experiencial de las metáforas conceptuales: éstas emanan de la experiencia del ser humano con su propio cuerpo y de la relación que se establece entre éste y el mundo. En este sentido, las correspondencias entre dominios conceptuales se desarrollan ya de forma temprana, fruto de nuestras vivencias diarias (por ello asociamos, por ejemplo, campos como AFECTO y CALOR a partir de los abrazos y caricias que nuestros seres queridos nos prodigan desde niños). Lakoff y Johnson se atreven incluso a postular una posible base neuronal de nuestro pensamiento metafórico, de forma que en el cerebro del niño que es abrazado por su madre se activarían al unísono la zona neuronal de las emociones y la de la temperatura, creándose una conexión entre ambas.
Para estos autores, las expresiones metafóricas concretas como Mi matrimonio llegó a un punto muerto, constituyen casos individuales, específicos, de una metáfora conceptual. Ya hemos comentado que las correspondencias que establecemos entre los dominios se basan en la experiencia, pudiendo éstas ser de dos tipos: de simultaneidad experiencial (afecto es calor o más es arriba) o de semejanza experiencial (el amor es un viaje).
A este respecto cabe matizar que ya hubo varios autores que desde la escuela preestructuralista plantearon cuestiones que más tarde retomarían los cognitivistas. Weinrich, por citar uno, propuso a principios de siglo que una metáfora aislada se ha de considerar forzosamente en relación al resto de metáforas que integran su mismo campo de imágenes (vemos aquí el equivalente a las metáforas conceptuales de Lakoff y Johnson). Weinrich ya mencionó como ejemplos de campos de imágenes el teatro del mundo, la guerra del amor y el viaje de la vida. También adelantó que existen campos donantes de imágenes y campos receptores de imágenes y que la comprensión metafórica emana, precisamente, del enfoque simultáneo que el individuo hace de ambos campos. Por último, Weinrich sostenía, al igual que Lakoff y Johnson, que los campos de imágenes metafóricos son culturales y que conforman esquemas mentales de carácter hipotético. (Llamas Saíz 2005, pp.70-72)
En la edición de 2003, Lakoff y Johnson comentan que su teoría ha roto con lo que denominan “persistent fallacies of the Western thought”, que se derivan, principalmente, de considerar de forma errónea la metáfora con una cuestión meramente lingüística, superflua por lo que respecta a sus fines de embellecimiento del discurso, y fruto de un esfuerzo creativo individual y consciente. A partir de sus trabajos, estos y otros autores que han seguido su estela como Tarner, Gibbs o Kövecses, han puesto de evidencia de forma rotunda
que la metáfora es una parte específica de nuestra capacidad cognitiva y por tanto han resaltado su ubicuidad en el lenguaje ordinario.
El enfoque cognitivo destapa, por así decirlo, los condicionamientos psicológicos y sociales que se encuentran en la raíz misma de las expresiones metafóricas: la metáfora es una representación mental de la realidad íntimamente ligada a otras capacidades cognitivas del hombre en tanto que especie, como la analógica y la simbólica. Esta forma de conceptualizar el mundo se nutre, precisamente, de nuestras propias experiencias con los otros y con las cosas, de forma que no es descabellado hipotetizar la evolución de una especie de circuitería metafórica en nuestro cerebro.
Específicamente, la diferencia de enfoques entre la semántica tradicional y la cognitiva estriba en que para los primeros A es B por lo que respecta a “y” (donde A y B son piezas léxicas concretas), para lo que empleamos los mecanismos de desestimación y actualización de determinados rasgos semánticos basándonos en la similitud o analogía de A y B, pero siempre en virtud de “y”, esto es, de forma selectiva. Para los semantistas cognitivos, sin embargo, A representa todo un dominio conceptual que se comprende en términos de B, otro dominio conceptual, siendo A un dominio típicamente abstracto y B uno físico, concreto y conocido. Esta comprensión se establece por medio de unas correspondencias (mappings) entre los diversos elementos de A con los de B.
Un típico ejemplo es:
EL AMOR (A) es UN VIAJE (B)
ya que los amantes son los viajeros
la relación amorosa es el trayecto
y el objetivo es el destino
El carácter rompedor del modelo de Lakoff y Johnson radica, a mi juicio, en dos puntos principales:
1 El potencial metafórico de la cognición humana: al afirmar, como ya hemos dicho, que la mayor parte de nuestro sistema conceptual ordinario es de naturaleza metafórica, esto es, que los procesos del pensamiento humano son metafóricos en gran medida y de él se derivan, a posteriori, las metáforas lingüísticas concretas: “Conceptual metaphor is a natural part of human thought, and linguistic metaphor is a natural part of human language” (L&J 2003, p. 247).
2 La base experiencial de las metáforas conceptuales: éstas emanan de la experiencia del ser humano con su propio cuerpo y de la relación que se establece entre éste y el mundo. En este sentido, las correspondencias entre dominios conceptuales se desarrollan ya de forma temprana, fruto de nuestras vivencias diarias (por ello asociamos, por ejemplo, campos como AFECTO y CALOR a partir de los abrazos y caricias que nuestros seres queridos nos prodigan desde niños). Lakoff y Johnson se atreven incluso a postular una posible base neuronal de nuestro pensamiento metafórico, de forma que en el cerebro del niño que es abrazado por su madre se activarían al unísono la zona neuronal de las emociones y la de la temperatura, creándose una conexión entre ambas.
Para estos autores, las expresiones metafóricas concretas como Mi matrimonio llegó a un punto muerto, constituyen casos individuales, específicos, de una metáfora conceptual. Ya hemos comentado que las correspondencias que establecemos entre los dominios se basan en la experiencia, pudiendo éstas ser de dos tipos: de simultaneidad experiencial (afecto es calor o más es arriba) o de semejanza experiencial (el amor es un viaje).
A este respecto cabe matizar que ya hubo varios autores que desde la escuela preestructuralista plantearon cuestiones que más tarde retomarían los cognitivistas. Weinrich, por citar uno, propuso a principios de siglo que una metáfora aislada se ha de considerar forzosamente en relación al resto de metáforas que integran su mismo campo de imágenes (vemos aquí el equivalente a las metáforas conceptuales de Lakoff y Johnson). Weinrich ya mencionó como ejemplos de campos de imágenes el teatro del mundo, la guerra del amor y el viaje de la vida. También adelantó que existen campos donantes de imágenes y campos receptores de imágenes y que la comprensión metafórica emana, precisamente, del enfoque simultáneo que el individuo hace de ambos campos. Por último, Weinrich sostenía, al igual que Lakoff y Johnson, que los campos de imágenes metafóricos son culturales y que conforman esquemas mentales de carácter hipotético. (Llamas Saíz 2005, pp.70-72)
En la edición de 2003, Lakoff y Johnson comentan que su teoría ha roto con lo que denominan “persistent fallacies of the Western thought”, que se derivan, principalmente, de considerar de forma errónea la metáfora con una cuestión meramente lingüística, superflua por lo que respecta a sus fines de embellecimiento del discurso, y fruto de un esfuerzo creativo individual y consciente. A partir de sus trabajos, estos y otros autores que han seguido su estela como Tarner, Gibbs o Kövecses, han puesto de evidencia de forma rotunda
que la metáfora es una parte específica de nuestra capacidad cognitiva y por tanto han resaltado su ubicuidad en el lenguaje ordinario.
El enfoque cognitivo destapa, por así decirlo, los condicionamientos psicológicos y sociales que se encuentran en la raíz misma de las expresiones metafóricas: la metáfora es una representación mental de la realidad íntimamente ligada a otras capacidades cognitivas del hombre en tanto que especie, como la analógica y la simbólica. Esta forma de conceptualizar el mundo se nutre, precisamente, de nuestras propias experiencias con los otros y con las cosas, de forma que no es descabellado hipotetizar la evolución de una especie de circuitería metafórica en nuestro cerebro.
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