Recuerdo perfectamente el primer día que asistí a las clases de Jesús Tuson en la facultad de Filología de la UB: el aula abarrotada hasta las hileras del fondo, las de arriba del todo. Algún codazo para pillar asiento. Los estudiantes expectantes. Era el segundo año que intentaba matricularme sin éxito en su asignatura Historia de la escritura (la mala suerte hacía que el grupo se cerrase antes del día de mi matrícula), pero pude matricularme en Lingüística y poética, sin mucha idea, eso sí, de qué iría la asignatura.
Mis dudas se disiparon en la primera clase. Aquel profesor canoso, delgado, entró de forma sigilosa y tardó un par de minutos (que me parecieron eternos) en sacar de una cartera marrón varios folios manuscritos, libros y otros documentos, y disponerlos de forma ordenada en la mesa. También sacó una bolsita y de ella una tiza en un porta-tizas de plástico. Por último, puso un pañuelo de tela, bien doblado, sobre la mesa.
Nos saludó, nos dio la bienvenida y nos advirtió de que pese al nombre de la asignatura, él solo nos iba a hablar de una cosa: de la metáfora. Su actitud seria y la forma con que se cargó, literalmente, el temario de la asignatura causó un murmullo generalizado en el aula.
Pero así fue. Aunque parezca imposible, nos habló de la metáfora un día y otro día y el día siguiente y el resto de días, tal como nos aseguró. Nos dijo que solo nos recomendaría un libro y que ese libro nos cambiaría la vida, y que tras esa lectura nunca más veríamos el lenguaje con los mismos ojos. Se trataba de Metaphors we live by, de Lakoff y Johnson.
Jesús Tuson escribía de forma prolífica en la pizarra con una escritura elegante. Llenaba el encerado de anotaciones y siempre se limpiaba las manos del polvo de la tiza, de forma minuciosa, sin prisa, con el trapito que disponía después otra vez bien doblado sobre la mesa. Era un profesor afable, pero serio, y en su cara leías que desaprobaba las preguntas vagas, mal formuladas o sin conexión con el asunto del día, pese a lo cual siempre contestaba cualquier duda. Diría que no le gustaba que cortasen el hilo de su pensamiento.
Durante las clases reinaba un silencio increíble, aunque siempre estaban llenas hasta los topes, con numerosos estudiantes que acudían de “oyentes”. Hasta entonces solo había visto semejante aluvión de estudiantes oyentes en las clases de Rafael Argullol (Historia de las ideas estéticas) y en la famosa asignatura Semiótica, de Sebastià Serrano.
Escucharlo era una pasada.
El día del examen nos entregó un par de hojas en blanco, nos dictó una sola pregunta y nos dijo que fuéramos a hacer el examen a la biblioteca, al bar o al jardín, que hacía mucho calor, y que a tal hora le dejásemos la respuesta sobre la mesa.
Intenté obtener más dosis de Tuson el año siguiente y el otro, pero nunca pude matricularme en Historia de la escritura. Aún así me quedan sus libros…, y en algún pendrive perdido por casa, mis apuntes sobre la metáfora.
Ver también la entrada Metáfora y pensamiento.
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