Yo ya me posicioné en su día sobre este asunto (ver etiqueta género o sexo?). Siempre he pensado que el género gramatical y el machismo no tienen nada que ver. Siempre me ha olido a chamusquina que el supuesto cambio liberador del lenguaje venga de arriba (en forma de guías grotescas redactadas por decanos, ministros, presidentes de empresa, etc., para así enmascarar un poco sus prácticas diarias invisibilizadoras). Siempre he pensado que los consejos o normas para reconvertir nuestras “expresiones discriminatorias” son estrategias tan forzadas que es imposible que cale su uso espontáneo, como puedo comprobar en aquellos amigos, familiares o compañeros de trabajo que alguna vez han defendido con vehemencia el uso no sexista del lenguaje, y a quienes no he oído ni una sola vez en años desdoblar un solo sustantivo.
Siempre he creído, sin embargo, que hay usos machistas del lenguaje, ante los cuales nadie parece escandalizarse: he tenido un jefe que se ha pavoneado siempre de que el 80% de la plantilla de la empresa eran mujeres, pero que se ha dirigido a mí y a mis compañeras sistemáticamente como “cariño” durante años. También he pasado por una situación incómoda cuando en unas prácticas de cirugía, no hace tanto tiempo, el cirujano me dijo “nena, sostén así el retractor”. Y pude vivir el mítico momento de tener que escoger “señora” o “señorita” en algún formulario.
Así que, en resumen, me parece un libro espléndido y muy necesario, y no hace falta ser una carmejunyenista convencida para darse cuenta, desde la primera página, de que debería ser lectura obligatoria para muchos.
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