El verano es la época ideal para leer lo que a uno le venga
en gana. Después del atracón de bibliografías varías que le obligan a uno a
darse durante el curso, lo que apetece llegado agosto es, prácticamente, leer
cómics…
A mí, me mola releer. Es una forma económica de
pasar el rato: vas a tiro hecho porque escoges aquellos libros que sabes que te
han gustado especialmente, y vuelves a disfrutarlos.
A todo esto, yo no quería hablar de lecturas. O sólo en
parte. Es que estoy releyendo alguna que otra cosa de Lingüística y el libro
por el que he empezado este verano es Introducing
Semantics, de Riemer.
En su primer capítulo Riemer introduce, como es de rigor, algunas
cuestiones en apariencia básicas sobre el “significado” lingüístico. ¿Podemos
definir el significado?, ¿existen diferentes niveles de significación?, ¿es el
significado individual, grupal, cultural?, ¿qué conexión hay entre el
significado y el contexto?, ¿cómo interacciona el significado léxico, de las
palabras, con las reglas y principios sintácticos? Y después de apabullarte con
todas esas preguntas te dice… que lo siente, que no hay consenso entre los
especialistas sobre ninguna de las respuestas… En realidad, cualquier
introducción a la Lingüística, si se escribe de buena fe, debería alertar a los lectores de que en esta disciplina, como ya dijo en su día Langacker,
no hay consenso ni siquiera sobre el más nimio de los fenómenos del lenguaje.
Pero bueno, en eso estoy cuando leo que en la antigua
Grecia, sēmeion
era el término usado para denotar aquel signo o síntoma propio de
cada enfermedad o estado patológico, y que de ahí derivó más tarde semantikos, o "relativo al significado". Por eso hoy en día la semiología o semeiología es la
ciencia de los signos, que pueden ser médicos o lingüísticos.
Esto me encendió una lucecita, así que fui a consultar si
Navarro refiere algo al respecto en un curioso libro suyo titulado Parentescos insólitos del lenguaje (2002).
En cada capítulo, Navarro te explica la fuente común de
pares de palabras como trufa y tuberculosis, síndrome y dromedario, bacilo e
imbécil, dendrita y rododendro, esfínter y esfinge, pene y penicilina, vagina y
vainilla, tifus y estufa…, un montón de
palabras emparentadas de forma, a veces, caprichosa e impredecible.
Lástima, pero no encontré referencia alguna a síntoma y
semántica.
Pero me reí un rato.
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