jueves, 15 de noviembre de 2007

Jornades dels 15 anys del GELA

El viernes pasado, día 9 de noviembre, tuvieron lugar las últimas conferencias de las jornadas conmemorativas de los 15 años del GELA (Grup d´Estudi de Llengües Amenaçades, de la UB), en la Sala d´actes de la Residència d´Investigadors, CSIC.
Yo asistí solamente a las dos primeras conferencias, a cargo una de Matthias Brenzinger, estudioso de las lenguas africanas y profesor en la Universität zu Köln, y la otra de Suzanne Romaine, del Merton Collage, University of Oxford.
A la de Juan Carlos Moreno no me quedé. La verdad es que no soy muy fan de él: pese a ser un gran lingüista (cosa que no discuto) personalmente lo encuentro un poco ególatra y sus libros (exceptuando quizás su famoso manual de lingüística general) rezuman esa pedantería un tanto rancia tan típica del especialista hispano.
En fin, la cuestión es que los dos temas que se trataron fueron muy interesantes, pero me gustaría comentar algunas cuestiones:
Una cosa que me llamó la atención fue que Brenzinger, basándose en los hallazgos lingüísticos observados durante su trabajo de campo con el pueblo africano de los Khwe, inicia su exposición poniendo en tela de juicio un comentario que Bernd Heine hace en su obra Cognitive Foundations of Grammar (1997, OUP):

«[H]umans beings, irrespective of whether they live in Siberia or the Kalahari Desert, have the same intellectual, perceptual, and physical equipment; are exposed to the same general kinds of experiences; and have the same communicative needs».

Heine pone así de manifiesto en el primer capítulo de su libro que él defiende un punto de vista universalista, esto es, un enfoque que asume, como punto de partida, que las propiedades estructurales que se observan en todas las lenguas del mundo se deben o emanan de mecanismos cognitivos y de procesos interactivos que son comunes a toda la humanidad. Da la casualidad que he leído ese libro recientemente y lo que Brenzinger no indica es que sólo unas líneas más adelante, Heine matiza de forma clara la anterior afirmación:

«At the same time, the belief that linguistic complexity can invariably be reduced to cognitive simplicity is, in fact, unduly naive. This is especially so because there are considerable differences across cultures in the way the environment is conceptualized and communication is achieved. One therefore also expects to find divergences in the way languages are structured and language use takes place. Thus in addition to a universalist perspective, there is also need for a relativist perspective [el destacado es mío] ».

Es claro, por tanto, que Heine se cuida muy mucho de adoptar una postura universalista extrema. Para él existen en las lenguas tanto la diversidad como la unidad y precisamente lo ilustra, para empezar, con las diferentes estrategias utilizadas por diversos pueblos para la orientación deíctico-espacial, uno de los puntos fuertes de la exposición del profesor Brenzinger.
Por supuesto, el tema básico de la intervención de Brenzinger fue la mengua irreparable de la riqueza conceptualizadora humana que supone la muerte de las lenguas y lo que ello comporta para la investigación lingüística en un futuro lamentablemente muy próximo. De especial interés fue el apartado dedicado al uso que dan los Khwe a los antropónimos, muy ilustrativo de hasta qué punto pueden variar interculturalmente las estrategias de categorización semántica.
A continuación Suzanne Romaine nos brindó un alegato contra uno de los prejuicios lingüísticos con más predicamento entre la gente de a pie y que más se resiste a desaparecer, a saber, aquél que mantiene que el progreso y la civilidad de un pueblo se mide en proporción al tamaño de su léxico.
En la península tenemos dos grandes lingüistas con sendas obras dedicadas a los prejuicios lingüísticos: os recomiendo vivamente Mal de llengües. A l´entorn dels prejudicis lingüístics, de nuestro profesor Jesús Tusón y para los incondicionales de Moreno Cabrera su libro La dignidad e igualdad de las lenguas. Crítica de la discriminación lingüística. También es interesante el capítulo que dedica Pullum en su libro The Great Esquimo Hoax, a cómo se forjó la gran mentira de los “cien nombres para la nieve” de los inuit.
Aunque Romaine se centra en las falacias de la falta de léxico en las lenguas (según la cual la mentalidad o inteligencia de sus hablantes sufre de algún tipo de tara cognitiva que les impide categorizar las entidades de su entorno) o del exceso de léxico (de acuerdo con lo cual la capacidad cognitiva de los hablantes está demasiado apegada al medio físico y es, así, poco válida para la abstracción). La verdad es que hay muchos otros aspectos de las lenguas que han sido objeto de un análisis prejuicioso. Todos conocemos las clasificaciones morfológicas de principios del XIX y de cómo se relacionaron las lenguas flexivas con la superioridad espiritual de la civilización occidental y, a su vez, se denigraron las tipologías aislante e incorporante. En algún lugar de este blog he retratado también a Otto Jespersen y a su punto de vista “científico” sobre la fonética y el sistema silábico de la lengua de Hawai.
Solo los desinformados o cortos de miras ponen hoy en día en duda que todas las lenguas, sin excepción, son completamente eficaces y adecuadas a sus cometidos funcionales de expresión y comunicación. Todas las lenguas poseen los recursos y el vocabulario suficientes y necesarios para categorizar, ordenar y comunicar el mundo según lo viven y experimentan sus pueblos. La llamada Tesis del Uniformismo (The Uniformitarian Hypothesis) aceptada casi sin excepción por los especialistas, pone de relieve, precisamente, esta cuestión: que no hay lenguas disfuncionales ni más “primitivas” o inadecuadas que otras.
En relación a esta tesis, Newmeyer (en Christiansen y Kirby, 2003), comenta que llevar sus postulados al extremo representa un grave escollo para el estudio de la emergencia del lenguaje y la subsiguiente evolución de las lenguas: si mantenemos que no hay lenguas menos elaboradas que otras desde el punto de vista puramente formal, (en el sentido que le da Givón, es decir, menos sintacticizadas), y nos apoyamos, además, en el hecho de que las lenguas más antiguas de que tenemos conocimiento muestran un grado de recursos formales similar, en cantidad y calidad, al de las lenguas habladas en nuestro siglo, entonces nos vemos forzados a admitir que tampoco la protolengua hablada hace miles de años por los primeros “homo loquens” debió poseer una estructura “incompleta” o en grado de emergencia, lo que nos lleva a concluir que la evolución lingüística no ha existido.
La verdad es que valdría la pena revisar la obra aquellos autores que han rebatido o, por lo menos, se han atrevido a poner en solfa esta tesis; entre los estudios más destacados se encuentran los de Givón (1979) y Mithun (1984) en que se correlaciona el grado de subordinación con el nivel de alfabetización (literacy) de los hablantes. También Kalmár (1985) mantiene que varias lenguas australianas apenas emplean el recurso de la hipotaxis. En definitiva, como bien dice Newmeyer:

«The basic problem for language evolution research, as far as the principle of uniformitarianism is concerned, is that if grammar is tailored to the needs and properties of language users (to whatever degree), and the needs of language users now are not what they used to be, then it follows that grammar is probable not what it used to be».

De todas formas, en el ámbito de la evolución del lenguaje son todo elucubraciones y nos vemos forzados a aceptar las hipótesis más plausibles o más verosímiles (a veces, lamentablemente, las que más se ajustan a las tesis del enfoque que se defiende, ya sea el formalismo, el funcionalismo, el cognitivismo o alguna postura a medio camino, que también existen).
En resumen (un tema me lleva a otro) unas jornadas muy interesantes y unas conferencias muy, muy estimulantes.

¡¡¡Feliz aniversario, GELA, y que cumpláis muchos más!!!

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